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Argentinos:
El principio de la soberanía del pueblo descansa en el libre
sufragio; y así, cuando la coacción oficial usurpa este
derecho, el pueblo tiene el sagrado deber de reivindicarlo.
El amor patrio debe ser un culto divino de todo corazón
honrado.
Las olas desencadenadas del mar del ambición, amenazaban
arrastrar consigo la soberanía de la República. Y nuestra
juventud se mostró potente con el vigor extraordinario de
los héroes de Mayo y alojó de sí el deforme esqueleto del
despotismo vergonzoso.
¡Qué! ¿Se creyó que no existían ya aquellas almas impetuosas
que al calor del más divino entusiasmo, llenaban el mundo de
heroísmo y de virtud?
Hay algo de grandioso en lo que pasa actualmente, algo que
hace estremecer el corazón de alegría y erguir la frente
regocijada.
Os creyeron degenerados, Argentinos, que no erais, no, los
descendientes de los titanes de 1810, porque el despotismo
satisfacía todas sus vanidades, de un modo bochornoso e
inaudito.
Y allí, hasta en la cima de nuestras montañas, asilo de los
cóndores, mirabais escrito por la espada inmortal de San
Martín: ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
Para resistir al empuje de la fuerza brutal del despotismo,
no hay que engañarse, es necesario el impulso de la fuerza
indestructible del pueblo vengador.
Un lazo común unió a los ciudadanos que abandonaron su
retraimiento prolongado y estremeciendo con sus armas, que
encendió el patriotismo, la tierra de la patria fatigada de
ser tan largo tiempo teatro del desorden y la ignominia,
cayó a sus golpes de muerte todo el poder arbitrario y
despótico que tendía como el genio a la ruina, sus alas
negras sobre la República.
¿Qué poder aislado podrá resistir a la fuerza poderosa de un
gobierno que trabaja para esclavizarnos? Se me decía-
¿Cómo se osará resistir a ese omnipotente poder que se
levanta apoyado por las bayonetas; que fuerza será capaz de
contenerle? Se me preguntaba-
¡Qué fuerza!
¡La del pueblo! – Respondía.
Escuché su latido que era de febril agitación, la nota
sobrehumana de su angustia, y con orgullo, bravamente,
esperé este día glorioso, compatriotas, porque creí siempre
en el indomable valor y pureza de la joven patria.
Se alzó soberbia Buenos Aires con la luz de la libertad,
guiando sus pasos, e hizo rodar por tierra, toda esa
fantasmagoría que, como gigantes de cartón, rodeaban la
República.
La justicia agitó sus brazos, y un himno triunfal desde el
Plata hasta los Andes, se dilató en los aires, y a su acorde
supremo, alzó a la libertad el alma de las multitudes.
¡Que tiemblen los tiranos ante el grito solemne del corazón
del hombre libre! Déspotas cobardes que se levantan para
anegar en sangre nuestra patria o arrastrar a nuestros
padres, hijos o esposos a la desolación o la esclavitud,
esas dos noche del alma.
¡Argentinos!
¡Viva la patria!
¡Vivan los revolucionarios del 26 de julio!
¡Viva Bartolomé Mitre, el prócer ilustre de las libertades
cívicas!
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