Señor
Presidente del Comité de Propaganda de la Juventud Nacionalista
del Uruguay.-
Me he enterado del telegrama que
ustedes se han dignado dirigirme, con esa inefable impresión que
produce siempre el eco armonioso de ideales comunes hacia fines
superiores.
La efusiva felicitación de ustedes
es; tanto más honrosa para nosotros, desde que viene de una
juventud llena de luz, de probidad y de patriotismo.
Siempre las almas generosas se
interesan por la suerte de los pueblos que se esmeran por
sostener y defender sus más sagradas facultades y sienten
sonoras las vibraciones de la solidaridad humana.
El juicio que ustedes emiten, define
sintéticamente la actitud asumida por el pueblo argentino.
Los sucesos acaecidos en nuestra
patria que le llevan absorbido un tercio de siglo, afectaron tan
hondamente las bases fundamentales de su existencia que
determinaron la convocatoria de la opinión pública nacional e
impusieron acontecimientos apropiados a la reparación.
Desde ese momento la revolución
argentina quedó sancionada, manteniéndose incólume hasta
consumar sus magnos y trascendentales designios.
Según los grandes preceptos de la
sabiduría humana, para que una obra sea buena y eficiente, es
necesario que responde, a su destino caracterizando
definitivamente la idea que reviste y el objeto que se propone.
Dice Fenelón —que la solidez de la
razón consiste en instruirse exactamente en el modo con que
deben hacerse las cosas que son el fundamento de la vida y de
todas sus manifestaciones.
Agrega Bossuet —que la historia y la
filosofía son las más sabias consejeras que deben saberlas los
que se interesan por el bien público o tienen alguna función de
la lógica de los sucesos y de los acontecimientos humanos, como
de las providencias superiores que los interpretan y que, en
definitiva, son las que presiden el Universo.
Y confirma Platón —que cuando se
pretende alcanzar cosas grandes es hermoso sufrir lo que cuesta
adquirirlas.
Esas han sido nuestras misiones fijas
y no ha habido poder suficiente a desviarnos de ellas por
ninguna consideración.
Es así que la abstención no ha sido
entonces un recurso político militante, sino una suprema
protesta, un recogimiento absoluto y un total alejamiento de los
poderes oficiales, para dejar bien establecido en el presente y
en la historia —y como demostración al mundo que nos mira—, que
la nación no tenía ninguna comunidad con los gobiernos, que en
hora fatal le arrebataron el ejercicio de la soberanía.
Ese ha sido el fundamento de nuestra
terminante y persistente negativa para no aceptar otra solución
que la propia de las prerrogativas y de la majestad de -la
república y la inexorable severidad contra todo linaje que
pudiera descalificar ese inquebrantable propósito.
Es derecho natural de las sociedades,
sobre el cual reposa el orden legal, que los gobiernos subsisten
por la voluntad de la opinión; o, en caso contrario, la
resistencia legítima de ella.
Por eso hemos- defendido bajo .los
auspicios de la bandera racional la causa común de la patria en
acciones generadoras de todos los bienes y con elevación de
miras superiores a todos los juicios.
Las naciones que consienten, sin
erguirse en altiva protesta, la profanación y menoscabo de
cuanto tienen de más sagrado como es la renovación ilegítima y
fraudulenta de sus gobiernos, revelan estar predispuestas a
rendirse de antemano a todos los predominios y son entidades
políticas negativas en el concurso que deben a la obra del
perfeccionamiento universal.
Toda la experiencia humana enseña que
donde quiera que los gobiernos hayan violado las bases
constitutivas de la representación pública y su funcionamiento
legal, causaron perturbaciones tales que demandaron siempre
esfuerzos concordantes para repararlas, así como no hay
trastornos en la marcha política de las sociedades que no tengan
al fin sus fatales consecuencias si no se corrigen debidamente.
La opinión pública argentina tuvo
entonces que acometer una de las obras arduas y más cruentas de
que haya memoria en los anales de la vida, requiriendo la acción
de todas las facultades en el más absoluto desprendimiento, y
tiene la inmensa satisfacción de no haber ahorrado ningún
esfuerzo, como de no haber empleado ninguno que no fuera
compatible con la magnanimidad del espíritu que lo animara.
Revolucionarios y abstencionistas, se
nos ha llamado por los prejuicios interesados e incapaces.
Esa es precisamente la expresión
cierta o integral del concepto que hemos tremolado, como la
encarnación más suprema de nuestros deberes.
Afrontar todos los sacrificios y
aceptar todas las inmolaciones en defensa de la patria, es el
rasgo que más revela las excelsitudes del espíritu humano.
Así los pueblos han permanecido
inaccesibles a la seducción habiendo preferido ser mártires de
la causa de la República, imprimiendo a su actitud el sello
propio de su personalidad histórica.
Y así también la opinión, en actitud
tan honorífica como ejemplar, renunció espontáneamente a todos
los beneficios y prestigios, en la participación de los
gobiernos, manteniendo intacto su carácter y su dignidad para
asumir la resistencia tal como la planteara la revolución.
Todo se ha aunado en la magna
empresa, virtudes, talentos, abnegaciones, sacrificios,
martirios, y decisiones supremas, en reparación del presente y
en idealización de los fundamentos perdurables de la patria.
Es así cómo los pueblos alcanzan la
reconquista de la plenitud de sus soberanos derechos; es así
cómo los movimientos de opinión consiguen realizar esos
esfuerzos con esplendentes luces y magnos ideales; es así cómo
los ciudadanos pueden contemplar el deber cumplido a la luz que
ilumina las obras inmortales, conduciéndose por la línea que su
espíritu les trazara y dando su nombre a las más altas
representaciones.
En otras oportunidades he dicho : que
la opinión no requería más que comicios honorables y garantidos,
y nada más que comicios honorables y garantidos, como condición
indispensable para volver decorosamente al ejercicio de sus
derechos electorales —y que entonces, propios y extraños se
asombrarían de la magnitud de ese sólo acto como punto cardinal
de las más magnas proyecciones nacionales en todas las esferas
de su vida, y así se vería la trascendental diferencia que hay
entre una nación ahogada por todas las presiones que la
circundan, a una nación respirando en toda la plenitud de su ser
y difundiendo al bien común su inmenso poder vivificante.
He dicho también que había un juicio
público y ojala que así hubiera una razón de Estado superior —y
que el día que esos dos atributos se identificasen, el mundo se
asombraría. de la grandeza argentina que esa era la obra de la
Unión Cívica Radical, y esa sería la solución, con todos los
esplendores de su genio.
Y bien, así ha sucedido:
Ha bastado una pulsación
caballeresca, un latido justo de gobierno del Señor Presidente
de la República para que el problema que ha tenido conmovido tan
intensamente a la nacionalidad argentina durante más de treinta
años quede definitivamente resuelto y confirmada toda la
justicia y el acierto de la revolución triunfante.
Ahora, sólo una fatalidad regresiva
del gobierno o de la representación pública podrá malograrlo
todo y hacer surgir de nuevo y más airado el interrogante
reparador...
Hemos dejado resuelto el más vital
problema de las ciencias morales y políticas, restaurando a la
patria las facultades plenas que son la primordial condición de
los pueblos civilizados para avanzar expansivamente hacia su
destino en acción noble y altiva, fundando su prosperidad y
poder sobre las sólidas bases del ejercicio de su soberanía;
porque vanas serán siempre las ofuscaciones del progreso, si no
se basan en el establecimiento del orden moral y político.
La escena no ha podido ser más
solemne y correspondía a los argentinos en las más graves de las
causas, concurrir con todos los recursos de su genio y con todo
el calor de sus decisiones. Así debía ser la solución, llevando
impresa lo que consagra la admiración de las naciones humanas:
¡la expresión heroica de su alma grande!
No debo abusar más de la indulgente
nobilidad de ustedes, y aunque el pensamiento cese en estas
líneas, no por eso dejarán de estar fijas las dedicaciones
predilectas de mi espíritu hacia tan altivos y dignísimos hijos
de una nación, en la cual, todos los heroísmos y todos los
martirologios tienen su símbolo glorioso, como las páginas
luminosas en la historia humana, y en cuyo seno de tan generosa
confraternidad, he pasado muchos de los días apacibles de la
vida y también de los azarosos de la existencia arrojado por las
proscripciones, en defensa de los infortunios de mi patria.
Con mi mayor reconocimiento me
despido de ustedes hasta la vista y hasta siempre.
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