|
Señores Presidentes, señores
ministros, señores delegados, señoras y señores.
Con profunda emoción hemos
escuchado, en esta sala, las palabras del presidente De la
Madrid. Y con nosotros millones de americanos, en los puntos
más remotos de nuestra inmensa geografía, se habrán detenido
por un momento para seguir, con la misma emoción, su mensaje
de esperanza y, sobre todo, de convocatoria hacia un futuro
de unidad entre todos los pueblos hermanos de América
Latina.
Decimos con emoción, porque
sentimos que éste no es simplemente un día más. Es el
momento en que se inicia una marcha, cuyo rumbo futuro
marcará profundamente la vida de nuestros hijos. Una marcha
que un siglo y medio atrás fue el apasionado sueño político
de quienes fundaron nuestras nacionalidades, y que hoy
retornamos con modestia, con realismo y con inequívoca
determinación.
Estamos aquí para iniciar juntos
y desde ya una tarea que tenemos clara y decidida. No
vinimos para llevar de regreso a nuestra gente un mensaje
retórico. Por el contrario, como legítimos representantes de
nuestros pueblos, traemos el mandato de actuar.
Ocho Presidentes
latinoamericanos, por primera vez en nuestra historia, nos
reunimos por iniciativa propia para definir un proyecto
político que sirva eficazmente al objetivo de unidad que nos
convoca.
Un proyecto político para
nuestras naciones, que asegure para siempre la democracia
que hemos recuperado, que nos permita consolidar la paz y
que sirva para hacer posible el crecimiento de nuestras
sociedades en su conjunto, en libertad, con justicia, con
independencia.
Nuestros pueblos nos piden
imaginación, esfuerzo y resultados. Reclaman también, que
sus propios sacrificios puedan traducirse en bienestar y
seguridad, en lugar de desvanecerse en la impotencia y la
frustración.
Creo interpretar el sentimiento
de las mujeres y los hombres de mi patria, al decir que
ellos aguardan de nosotros, simples mandatarios de su
voluntad, pocas palabras y mucho trabajo. Esta reunión de
ocho presidentes, para los argentinos, encierra en sí misma,
por el solo hecho de hacerse, un mensaje político de
fundamental importancia: revela que los pueblos de América
Latina han tomado conciencia de su identidad, de sus
potenciales y, también, de su inaceptable marginamiento de
las grandes decisiones mundiales.
Señores Presidentes:
América Latina se sabe parte de
Occidente, pero sabe, también que pertenece al Sur
subdesarrollado económica y políticamente. Y desde aquí,
vemos que en el mundo actual está vigente una distribución
desigual e inequitativa de las riquezas, el desarrollo
industrial y los conocimientos científicos y tecnológicos.
Por ello es necesario que
aquellas naciones que constituyen, el centro de Occidente
reconozcan y comprendan hasta qué punto las actuales
condiciones económicas impiden nuestro desarrollo, y nos
condenan al atraso.
Así, la cuestión de la deuda
externa y la caída de los precios de la mayoría de nuestros
productos son dos claras manifestaciones de esta situación.
No podemos aceptar que el Sur
pague los desequilibrios del Norte. La Libertad recuperada
no tiene margen para ello. Y si bien reiteramos nuestra
voluntad de acción responsable y negociadora debe quedar
absolutamente claro que nuestra primera e indeclinable
responsabilidad es con el bienestar y la libertad de
nuestros pueblos.
Ya hicimos todo lo que podíamos y
debíamos hacer. La responsabilidad con el sistema
internacional no debe ser más una cuestión exclusiva del
Sur.
Señores Presidentes:
Todos nosotros nos hemos
preguntado una y otra vez, cómo será nuestra América Latina
el próximo siglo, y nos inquietamos al intuir que es posible
que la región continue como hoy se encuentra. Esto es, una
tierra propicia para el progreso y la libertad, pero sumida
en la angustia del subdesarrollo y la inestabilidad.
Me niego a aceptar que éste sea
siempre nuestro destino. Estoy convencido de que hay otra
forma de ser, y que los instrumentos, las políticas, las
decisiones para producir la gran transformación de la región
están a nuestro alcance.
Pero para alcanzar este objetivo
nada será convencional. Ninguna política que nos permita una
modificación cualitativa de la región, será clásica, no está
escrita y sin duda alguna requiere audacia. No tiene
historia, excepto en una cosa: la unidad como condición.
En la eficiencia y seriedad para
alcanzar la integración, estoy convencido, se juega el
futuro independiente del continente.
Así como para alcanzar la
democracia en el seno de nuestras sociedades fue necesario
deponer un debate ideológico sofisticado para luchar unidos
contra el autoritarismo, aquí también se impone el mismo
método: la unión a través de lo esencial.
Haremos el camino de nuestra
unidad en forma tan gradual y realista como sea necesario,
pero lo haremos. Lo estamos haciendo hoy mismo, aquí.
Otras regiones, en especial en el
mundo desarrollado, gozan hoy del impulso que significó para
cada país la integración regional. Por nuestra parte,
nosotros estamos dispuestos a generar las condiciones que
hagan posible el establecimiento de un gran espacio regional
integrado. Precisamos crear un gran mercado regional que
aproveche y potencie nuestras respectivas capacidades
nacionales. Creemos que es posible hacerlo porque hay
voluntad política, hay procesos subregionales ya en marcha,
contamos con la población y los recursos naturales que
requiere semejante empresa y tenemos, también, un respetable
desarrollo industrial y una apreciable capacidad científica
y tecnológica disponible.
La integración servirá, también,
para reforzar nuestra capacidad de decisión autónoma. No
aislándonos del mundo sino incorporándonos a él como un
nuevo conjunto de países con algunas políticas concertadas.
Creemos, firmemente, que ése es
el camino hacia una vida distinta para nuestras próximas
generaciones. La sociedad universal evoluciona en esa
dirección y no podemos ignorarlo por más tiempo.
Nosotros estamos iniciando hoy
una nueva marcha. Pero permítanme señalar que para esta
marcha, precisamos de algo más que la fundamental decisión
política que estamos expresando aquí. Será necesario, será
esencial, que preservemos juntos, actuando en consulta y
concertación permanentes, determinados valores y principios
de cuya vigencia dependerá en gran medida el progreso de
nuestra empresa histórica. Precisamos la consolidación y
expansión de la democracia, con lo que ella supone de
justicia social; necesitamos mantener y asegurar la paz en
la región; y deberemos fortalecer nuestro espíritu de
solidaridad frente a los desafíos externos.
Defenderemos juntos nuestras
democracias. Pero es bueno tener bien en claro que la
defensa del supremo valor de la libertad no colmará la
esperanza de nuestros pueblos y debe ir acompañada de un
progresivo bienestar para cada uno de ellos.
Defenderemos la paz y la
seguridad en América Latina. Pero es necesario que no se
produzcan interferencias en problemas que son de la región,
y que no se busque hacer de América Latina el escenario de
conflictos extraños a ella. Estamos convencidos que
nosotros, los latinoamericanos, tenemos la voluntad, los
instrumentos, y el potencial político necesario —actuando en
forma concertada— como para preservar la paz en la región.
Señores Presidentes:
La República Argentina aspira a
un futuro de unidad con todos los países democráticos de
América Latina. Conocemos la profunda identidad que nos
hermana a los demás pueblos de la región. Queremos trabajar
juntos por los mismos ideales por los que luchamos un siglo
y medio atrás.
Necesitamos, todos, ganarnos en
el mundo el espacio y la presencia que la región reclama. Y
estoy persuadido de que esa tarea histórica depende
principalmente de nuestra determinación.
|
|