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Señoras y Señores:
Es para mi un honor excepcional participar de esta etapa
conclusiva de la Asamblea Pedagógica Nacional, frente a
esta congregación de representantes de toda la
Argentina, que recoge como un espejo el tejido plural,
diverso de nuestra sociedad, siento con orgullo que
estamos empezando a enfrentar juntos uno de los mayores
desafíos de la democracia argentina en su pasaje de
crecimiento a la modernidad y en general, a los
requerimientos del nuevo siglo: la construcción de un
nuevo sistema educativo que satisfaga, a la vez, nuestra
tradición, nuestro presente y nuestras esperanzas.
La tarea de constructor exige, antes de ser emprendida,
una cuidadosa evaluación de los materiales disponibles,
de los costos eventuales y, naturalmente, de los
recursos humanos con que habrá que contarse.
Cuando se trata de la edificación de un sistema
educativo, reclama el debate filosófico, ideológico y
político que dará sustento común a la nueva casa en que
habitaremos todos. Y por fin, a través de las vías
legislativas que nos brinda el ordenamiento
institucional democrático, podremos trazar el plan, el
proyecto definitivo de ese edificio que permita a
nuestros hijos y a nuestros nietos su formación
integral, armónica y permanente en la totalidad de su
dimensión personal.
Como ustedes saben, hace algo más de un siglo la Nación
se dio una ley de educación básica que, más allá de los
disensos que haya suscitado, promovió la
universalización de la instrucción primaria y contribuyó
notablemente a la cohesión social y al crecimiento
cultural del conjunto de nuestra población. No fue
aquella una ley generada en el vacío, sino un sistema de
normas brotado, por decirlo así, de las profundas
transformaciones de una sociedad signada por la
inmigración masiva, la integración territorial y la
expansión económica. Esa vieja ley dio a la Argentina un
lugar de privilegio entre las naciones del mundo en
materia de educación popular.
Hoy la crisis de nuestro sistema educativo es visible
para todos. Quizá, precisamente, porque no ha sabido o
no ha podido adaptarse o adelantarse, a la natural
evolución de un cuerpo social que va requiriendo cada
vez más complejas respuestas en materia de participación
popular y social, y de avances científicos y
tecnológicos. Por eso algunas dicotomías, algunas
oposiciones de orden histórico que planteaba nuestra
vieja y querida ley de hace un siglo ya no resultan
operativas en el presente, y ello exige un vigoroso
esfuerzo hacia el consenso, la pluralidad y el acuerdo
de todos los sectores.
Pero no seríamos leales con nosotros mismos si no
volviésemos a proclamar con la misma fuerza de hace cien
años, nuestra adhesión a los valores que entonces se
exaltaron: la convivencia fecunda, la ausencia de toda
discriminación, el rechazo de la opresión paternalista y
autoritaria, la posibilidad de construir el propio
destino, ya fuera este el individual, el familiar o
comunitario.
Por cierto, cualquier intención de cambio debe implicar
un diagnóstico correcto y cuidados. Al inaugurar, hace
dos años, las actividades del Congreso Pedagógico,
dijimos que en él deberíamos "examinar las efectivas
medidas capaces de contrarrestar de raíz la desigualdad
y la segmentación social de nuestra educación; los
resabios de autoritarismo que la afectan; la maraña
reglamentaria y formalista que la enredan; se
desactualización metodológica y de contenido; la
estructural desjerarquización profesional de sus
trabajadores; la crónica insuficiencia de la
infraestructura y del financiamiento; la desarticulación
de los diversos niveles; la atomización conductiva y la
dispersión normativa".
El tiempo transcurrido, las reuniones incesantes
efectuadas a lo largo y ancho del país, y el hecho de
que hoy confluyamos aquí en el inicio de la Asamblea
Pedagógica Nacional, son síntomas significativos de la
tarea constructora que mencioné al comienzo está en
pleno desarrollo. Es el momento, entonces, de pasar una
breve revista a los puntos esenciales del Congreso
Pedagógico, empezando por su convocatoria y
funcionamiento.
Seamos conscientes de que los cambios educativos no se
producen por simples decretos y que sus efectos no se
advierten de un día para otro. La tarea del gobierno y
de la oposición democrática fue rescatar las
instituciones y poner a disposición de la sociedad los
medios para recorrer sin interferencias ni obstrucciones
el camino de la transición democrática.
la condición de posibilidad para la adecuación de
nuestro sistema educativo a las demandas de la hora
actual, es la plena vigencia de la democracia, de una
democracia ampliada y renovada, que incorpore los
mejores aportes de nuestra propia experiencia y de la
experiencia de otros pueblos del mundo.
Los debates del constitucionalismo de post-guerra,
especialmente en el seno de aquellas naciones que
emergieron dolorosamente de regímenes totalitarios, nos
enseñan que es necesario armonizar dos componentes
vitales para toda democracia en nuestros días.
Por una parte, el componente cuantitativo, como
mecanismo de decisión según el cual las minorías acatan
como decisiones colectivas las surgidas de la voluntad
mayoritaria, libremente expresada en base a reglas de
juego igualitarias y fundamentadas. Por otra parte, el
componente de la tolerancia y el pluralismo, según el
cual toda persona o grupo debe poder expresar y mantener
sus convicciones, aún cuando ellas no coincidan con la
voluntad mayoritaria.
Una Democracia que no contemple el componente
cuantitativo es una democracia débil, en la cual el
estado, como expresión de la sociedad toda, sin el
componente de la tolerancia es una democracia
empobrecida y en peligro. Empobrecida porque pueden
perderse los aportes originales de cada uno de los
miembros de la sociedad. Cada idea, cada iniciativa
merece ser expresada, aunque no necesariamente coincida
con la voluntad de la mayoría. Y en peligro, porque la
historia reciente de la civilización occidental nos
muestra muy claramente que con el voto, forzado o no, de
las mayorías, se pueden cometer aberraciones y crímenes
contra la humanidad.
La tolerancia y el pluralismo son el resguardo de la
democracia, el espeto a las mayorías es la garantía para
que esta funcione y pueda defenderse y elegir realmente
entre las opciones que cada grupo o cada ciudadano
someta a la voluntad popular.
Paralelamente a la reparación de las condiciones para el
ejercicio de la libertad y de la participación
históricamente concedidas en el país, y conscientes de
que la tarea de la transformación educativa en la
Argentina de hoy no es ni puede ser exclusiva
responsabilidad del gobierno ni de los educadores, sino
el esfuerzo colectivo de toda la sociedad, se hizo la
convocatoria al Congreso Pedagógico.
Gestado y organizado pluralmente, es la mayor
experiencia de participación emprendida en esta nueva
era de vida constitucional. Fueron convocados al debate
y a la formulación de propuestas, padres, alumnos,
docentes, funcionarios, teóricos de la educación,
partidos políticos, instituciones religiosa,
organizaciones sindicales y empresariales, asociaciones
profesionales, clubes y asociaciones vecinales.
Se inició empleando las formas de representación
existentes en sus respectivas esferas de acción, para
dar paso a la participación voluntaria de la población.
Hoy nos encontramos ante su culminación: la Asamblea
Pedagógica Nacional, compuesta por trescientos delegados
electos a partir de asambleas de base realizadas en
todas las latitudes de nuestra Patria.
No ha sido una tarea fácil en una sociedad donde el
debate y el intercambio de ideas habían sido clausurados
y hasta castigados. Se enfrentaron obstáculos: la falta
de experiencia para este tipo de participación, la
indiferencia y hasta la resistencia de los intolerantes
y de los interesados en que nada cambie.
Entre otros factores la concentración del interés
público en otras cuestiones también primordiales para la
consolidación de la vida constitucional, demoraron el
ritmo de las actividades del Congreso Pedagógico. No
obstante, también las dificultades nos dejan una
importante experiencia en cuanto a los que significa dar
comienzo a acciones de participación ampliada en una
sociedad democrática.
Uno de los aspectos más innovadores de esta convocatoria
es el empeño puesto en facilitar y obtener la
participación de la sociedad al inicio del proceso de
transformación, es decir, en la generación misma de
propuestas y alternativas. La experiencia nacional y
extranjera suele mostrar que la consulta a la sociedad,
si tiene lugar ocurre una vez que el proyecto está
elaborado.
Este hecho tal vez sea una de las mayores riquezas del
Congreso Pedagógico, pero también podría ser su mayor
debilidad si no se saldan las propuestas y no se
sostiene a través de un esfuerzo distinto, pero
continuado, la tarea emprendida.
Podemos decir ya hoy, aún antes que culmine el Congreso
Pedagógico con la realización de la Asamblea Nacional,
que el mismo ha sido fructífero y valioso. Ha sido un
laboratorio de ideas y una escuela para la participación
democrática del nuevo tipo.
La transformación de la educación que necesitamos para
consolidar y ampliar la democracia como sistema,
requiere que los cambios en el plano educativo y
cultural armonicen entre sí la equidad, la libertad, la
participación y la modernización. La superación de
nuestra realidad supone que seremos capaces de articular
y abarcar simultáneamente todas sus facetas.
Afortunadamente, es mucho lo que se ha debatido en el
Congreso Pedagógico, sobre los problemas de la libertad:
libertad de conciencia, libertad religiosa, libertad de
aprender, y libertad de enseñar, han sido temas que
dieron lugar a apasionadas intervenciones y prolongados
debates.
Y es bueno que así sea, porque de este modo a todos nos
queda muy claro que los argentinos estamos discutiendo
para consolidar nuestra libertades. Estamos buscando
definir de la mejor manera posible una educación al
servicio de la libertad de todos, respetando los
derechos individuales y asegurando a la par un acceso
socialmente equitativo al goce de la libertad y una
consolidación definitiva de la liberación y soberanía de
nuestra Nación.
Pero de las libertades no sólo hay que hablar en
abstracto o en términos absolutos.
Cada época en la vida de la Nación, en la historia de
una sociedad, exige una afirmación propia, reclama la
explicitación de los límites y condiciones de las
libertades concretas.
Así, por ejemplo, la libertad de convicciones no puede
desembocar en actos que agredan las convicciones de los
demás. El estado, como instrumento de la sociedad toda,
debe ser -parafraseando a Eric Weil- suficientemente
fuerte para prevenir acciones fundadas en convicciones
que perturban las convicciones de los demás. En este
sentido, el estado es neutro, pero no absolutamente
neutro: no puede serlo frente a los que hacen que la
neutralidad sea imposible.
También le cabe a la sociedad en su conjunto asegurar
que cada uno de los miembros pueda optar libremente por
sus convicciones, sin limitaciones de índole económica,
social, política o cultural. El Estado, como instrumento
de la sociedad toda, también debe garantizar la igualdad
de oportunidades en el acceso a la libertad.
No alcanza proclamar la libertad de aprender mientras
existan analfabetos en nuestro suelo, o mientras el
acceso a las manifestaciones socialmente relevantes del
saber no esté abierto a todo ciudadano, sin otra
condición que el mérito y el esfuerzo personales.
De poco nos sirve pregonar la defensa de la libertad de
enseñar, mientras se desvaloricen los saberes y
conocimientos e vastos sectores de nuestra población, o
mientras la opción de transmitir institucionalmente
saberes, esté reservada a grandes organizaciones
monopólicas, ya sean estas oficiales o privadas.
Necesitamos todas las libertades coexistiendo en el seno
de nuestra sociedad. Pero también necesitamos ejercitar
la responsabilidad y la solidaridad social, asegurar la
cohesión de la Nación, redefinir permanentemente y
federativamente un mínimo común denominador de las
convicciones de los argentinos.
Libertad, tolerancia, pluralismo, conocimiento y respeto
recíproco y construcción federativa de los valores y
metas sociales son fines que deben presidir el trabajo
en cada aula, en cada institución del sistema educativo
argentino, cualesquiera sean los agentes educativos que
sostengan el aula o la institución.
Libertad de enseñar y aprender e igualdad de
oportunidades en el acceso al saber socialmente
relevante no son pasos sucesivos en una secuencia
causal, cualquiera sea el término que se privilegie, son
dos caras inseparables de una misma moneda. hay que
actuar simultáneamente en ambos campos, respetando e
inculcando respeto a las libertades educativas y
luchando para hacer cumplir el viejo sueño de la equidad
social en materia de distribución del saber. El estado,
como instrumento de la sociedad toda, no puede
desentenderse de esta doble responsabilidad.
Necesitamos un sistema educativo, que integre y coordine
todos los esfuerzos y valorice todas las iniciativas de
la sociedad argentina. Y lo necesitamos no sólo por los
imperativos de la eficiencia y la racionalidad en el
manejo de los recursos escasos trabajosamente aportados
por toda la sociedad, lo necesitamos antes que nada por
lo imperativo de la convivencia libre, federativa y
pluralista en el marco de una nación.
El mundo de hoy desafía a la educación para que logre
formar los mejores hombres del mañana. Es común afirmar
que estamos en crisis, pero también es necesario agregar
que esa crisis se experimenta en primer lugar en la
educación, el primero de los grandes desafíos se refiere
al hecho de que la ciencia, con todo su prestigio, no
consigue dar soluciones a todos los problemas del
hombre, especialmente los más fundamentales.
Por eso decíamos en la inauguración que el Congreso
Pedagógico quiere manifestar la convergencia de los
argentinos hacia la formación integral armónica y
permanente de la persona humana en la totalidad de sus
dimensiones constitutivas.
Esta integralidad llama la atención hacia la ética que
es la base de la conducta humana. Desde mi primer
discurso como Presidente llamé la atención sobre la
necesidad de una preocupación ética, antes que
ideológica para una marcha en plenitud de los derechos y
las obligaciones.
Ya hemos avanzado en considerar la amplitud de los temas
que debe tener en cuenta la educación pero no podemos
menos que insistir en aquello que significa la formación
de las virtudes cívicas como fruto de un conocimiento y
una práctica de las normas de la conducta ciudadana.
Y esta integralidad debe hacerse en el plano de una
mayor creatividad en la tarea docente. La primera
obligación del Estado en este punto se refiere
precisamente a destrabar la excesiva reglamentación
sobre a relación docente-alumno.
Es necesario que se viva en la escuela un ámbito de
libertad que permita el ejercicio de la creatividad
pedagógica entre el alumno y el docente. Desde esta
relación debemos ir creando las autonomías de las
distintas sociedades comprometidas en la educación.
No hay creatividad sin autonomía y es necesario
reconocer que la democracia es el libre juego de las
autonomías desde la personal hasta la de los distintos
centros políticos. Si luchamos por la autonomía
universitaria desde el dieciocho debemos ahora
transportarla en lo posible a los distintos niveles de
la educación.
La educación del niño comienza directamente en la
intimidad de la familia y se va ampliando en sucesivos
círculos sociales mayores. La obligación fundamental del
Estado, verdadero gerente del bien común, es que toda la
sociedad pueda alcanzar los niveles de educación que
desee. En la Argentina es responsabilidad del Estado fue
muy grande en los comienzos de nuestra organización y
ante el problema que planteaban las oleadas de
inmigrantes; ese esfuerzo ha dado sus frutos no sólo en
el subsistema estatal sino que ha convocado asimismo un
crecimiento de la responsabilidad societaria con
respecto a la educación, el futuro dirá en qué medida el
Estado podrá descansar de esta tarea en la sociedad, sin
perder su rol de encargado del bien común también en la
educación.
Junto con esta situación deberá el Estado revisar sus
subsidios a toda la educación, teniendo en cuenta que a
menudo en nuestro país reciben apoyo aquellos miembros
de la población que no lo necesitan. Será una tarea
delicada de estudio para asegurar el efectivo
cumplimiento de las obligaciones del Estado sin que se
transforme en una sinecura que sólo garantice a las
clases más elevadas mayores privilegios.
Señoras y señores representantes:
Un sistema educativo como el que acabamos de delinear
debe asentarse sobre circuitos permanentes de creación,
conservación y distribución del saber socialmente
relevante.
Y en los tiempos que corren asistimos a una formidable
expansión de uno de los componentes de dicho saber. Me
refiero correctamente a la creciente velocidad en la
producción de conocimientos científico-técnicos y a los
cambios en los métodos de transmisión de dichos
conocimientos.
La cultura basada en la palabra escrita, predominante en
las sociedades occidentales a partir de los inicios del
mundo moderno es completada en nuestros días por una
cultura electrónica cuyo soporte primordial ya no es el
papel.
El procesamiento electrónico ha incrementado enormemente
la capacidad de generación y de acumulación de
conocimientos. Pero también ha acrecentado las
asimetrías en el panorama internacional
científico-técnico. El control de las herramientas
materiales y, sobre todo, del saber técnico para
procesar creativamente la información se ha tornado una
de las piezas claves para adquirir predominio en las
relaciones interculturales e interestatales.
El potencial positivo del progreso informático, es
decir, la posibilidad de recursos técnicos cada vez más
accesibles, es relativizado por el tratamiento de los
instrumentos cibernéticos y de sus contenidos como una
mercancía y hasta en ocasiones como un factor de
dominación.
Los sistemas educativos nacionales surgidos al calor de
la cultura escrita tanto en sus contenidos y
metodologías de enseñanza como en sus mecanismos de
administración y gestión, son sacudidos por esta
explosión del saber y por estos cambios en los modos de
transmisión.
En todo el planeta surgen voces de alarma, se plantean
críticas y se advierte sobre la insuficiencia de los
modos tradicionales de educar.
En otras palabras, no solamente los argentinos estamos
preocupados por el desfasaje entre nuestro sistema
educacional y los términos del mundo moderno, ya que se
trata de un fenómeno universal. Pero, a diferencia de
los países más ricos, nosotros tenemos que luchar con
problemas superpuestos.
Aún no hemos asegurado que la totalidad de nuestra
población maneje la cultura escrita, aún tenemos
sectores que permanecen al margen del alfabeto,
desposeídos por consiguiente de las formas elementales
del conocimiento tradicional. Y paralelamente si no
queremos quedar expuestos a voluntades ajenas en materia
de información y saber científico-técnico, tenemos que
luchar por penetrar lo más rápidamente posible en el
mundo de la informática.
Pero no queremos hacerlo de un modo discriminatorio y
superficial. No queremos que el analfabetismo
electrónico margine a vastos grupos de compatriotas de
la participación en las decisiones esenciales de la
democracia y de la inserción internacional de nuestro
país. No caeremos tampoco en la ingenua creencia, en el
efecto mágico y fácil de aparatologías caras y de
eficiencia incierta.
La sociedad argentina necesita de la ciencia más
avanzada y más sofisticada para salir de su decadencia,
para encontrar un lugar digno en el marco de un nuevo y
más justo orden económico internacional. Pero la ciencia
debe difundirse en todo el cuerpo social, debe estar
presente en cada escuela, en cada fábrica, en cada
oficina, en cada laboratorio.
Encontrar los mejores caminos para ello no es sólo tarea
de los pedagogos y técnicos de la educación. Es un
atarea colectiva de nuestro pueblo. Y por ello saludamos
la preocupación puesta en manifiesto por las Asambleas
Jurisdiccionales de nuestro Congreso Pedagógico en ese
sentido.
Pero queremos pedir aún más. Queremos obtener de
nuestros universitarios y de nuestros hombres de ciencia
una ayuda imprescindible aún en esta materia. El libre
acceso a los estudios superiores garantizado por la
democracia.
No es una alegre concesión. Responde a convicciones
profundas orientadas hacia la más amplia y equitativa
distribución de los beneficios de la ciencia y la
cultura. Cada joven que accede a la educación superior
se transforma en deudor moral de su pueblo. Y este
pueblo les está pidiendo que difunda aún más el saber
socialmente generado y socialmente financiado.
Los hombres de ciencia, a los que una vez más debo
reconocerles su esfuerzo, porque todos somos deudores de
su sacrificio, así como las instituciones que los reúnen
y en las que se organiza su trabajo intelectual deben
asumir este desafío. Deben conjugar los logros de las
culturas escrita y electrónica y predisponerse a que
esos logros se hagan extensivos a la totalidad de la
población. Una sociedad en la cual la ciencia sólo
penetra a nivel de grupos selectos, más allá de cuales
sean los criterios de selección, es un gigante con pies
de barro, que no podrá encontrar ni defender un lugar
destacado en el concierto universal. Dominar la
explosión actual es tarea para los mejores talentos pero
requiere d además la participación de todas las mentes y
todos los brazos de nuestra Nación.
La universidad, el sistema científico-técnico, y sus
protagonistas deben asociarse con el sistema educativo,
deben comprometerse permanentemente no sólo con la
creación sino también con la transmisión ampliada y
participativa del saber más avanzado. Esta es la
contrapartida que la sociedad argentina les pide a
cambio de haberles facilitado con el esfuerzo de todos
su propia capacitación.
A ustedes Señoras y Señores Representantes, les cabe la
ardua tarea de esbozar caminos prácticos y concretos
para que ello ocurra. A todos nosotros nos toca la
responsabilidad de reforzar y promover este llamamiento
a la solidaridad cultural, a compartir socialmente el
saber contemporáneo.
Quienes vienen participando de las diversas instancias
del Congreso Pedagógico, las familias, los alumnos, los
trabajadores de la educación y la sociedad toda está
reclamando transformaciones profundas en nuestro sistema
educativo. La democracia social ampliada y
participativa, exige una educación renovada, acorde con
sus reglas de juego fundamentales y con las demandas de
nuestro tiempo.
Pero estos reclamos y esta mutación necesaria no pueden
ser vistos en el vacío ni al margen de condiciones
reales, internos y externos.
Uno de los condicionamientos más graves deriva de los
efectos de la crisis internacional, y del abandono de un
sentido ético en las relaciones económicas.
La escasez de recursos financieros reduce la capacidad
de aplicar políticas educativas que mejoren la calidad
de la educación y promuevan la equidad social en el
acceso al saber. Pero éste con ser más perceptible, no
es el único impacto de la crisis.
La violación de las reglas de juego del mercado mundial
por parte de los mismos países industriales que en su
momento las impusieron, la desvalorización artificial de
nuestra producción, el freno externo al crecimiento de
nuestra economía, repercuten también en la definición
del "para que" educamos y que tipo de profesionales
técnicos, trabajadores calificados y artesanos debemos
formar.
No es justo que mientras nuestro país y otros países del
sur buscan mejorar la calidad de la formación de sus
ciudadanos y con ello sus potencialidades creativas,
productivas y tecnológicas, sus productos no van a poder
ser colocados en un mercado internacional en el que
predominan el proteccionismo y la competencia desleal de
los países industrializados. En este sentido, ya la
Argentina ha manifestado en Foros Internacionales que
"cualesquieran sean las estrategias para superar la
actual crisis internacional, será necesario contar con
recursos humanos que posean las competencias y
capacidades para mejorar la vida social y, dentro de
ella, los procesos productivos y de intercambio
económico en el marco de un orden internacional más
justo".
Pero junto con esta lucha por un mayor justicia en las
relaciones interestatales cabe asumir también nuestros
propios problemas internos. Y entre ellos, el más
acuciante es el de la pobreza que afecta a muchos de
nuestros ciudadanos. Si bien la educación no puede
resolver por sí sola el problema de pobreza, es
indispensable resaltar que es mucho, muchísimo, lo que
la educación puede ayudar en esta tarea y subrayar que
es poco, muy poco, lo que podría lograrse sin el
concurso de sus enfoques teóricos y de sus aportes, en
la acción concreta.
En los días que corren la pobreza extrema ya no puede
disimularse como un problema ajeno y remoto que viene de
tan antiguo y está tan lejos que nada de los que estemos
haciendo ahora lo provoca, que nada de lo que pudiéramos
hacer ahora lo mitiga, que en definitiva es natural e
inexorable y sólo en algún futuro lejano podrá verlo
desvanecerse.
La decisión de superar la pobreza extrema en la
República Argentina no puede ser sólo inspiración para
un programa educativo, sino el norte primero de toda
educación. Superar la pobreza extrema no puede ser tan
sólo un programa conjunto de varias áreas del gobierno
sino la primordial del Estado y la sociedad. La lucha
por el desarrollo de la Nación, por el crecimiento
productivo, social y científico en el mundo de hoy, es
una misma y única lucha con la que superar la pobreza
extrema porque no habrá objetivo cumplido olvidando
otro.
La riquísima y fundamental discusión política sobre las
estrategias para la superación de la pobreza extrema no
puede establecerse en nuestro país sin una condición
previa: que la sociedad argentina asuma en todos sus
alcances e implicancias del problema. Ello significa que
se admita el carácter de fenómeno central en nuestra
sociedad que la pobreza extrema reviste. No es un
epifenómeno, simplemente, de la dependencia o el atraso.
En la dependencia y el atraso mismos hechos fenómeno
social.
Desde esta perspectiva, la consigna de asegurar una
educación básica para todos los ciudadanos, cobra una
nueva dimensión. Porque el centro recae en la palabra
"todos". Los esfuerzos socialmente solidarios deben
concentrarse en combatir la extrema pobreza educativa y
cultural. La principal preocupación del estado como
instrumentos de la sociedad toda, debe ser sin duda
alguna la de mejorar las condiciones de acceso a los
bienes culturales para los grupos inveteradamente
ímprobos para que dichos grupos y sectores reciban la
misma calidad de educación que el conjunto de los
ciudadanos mejor situados.
Ello no es fácil es una situación de crisis y de
recursos escasos. El estado debe contar con la
solidaridad de toda sociedad por él expresada. Hay que
encontrar mecanismos de redistribución de oportunidades
educativas, equilibrios dinámicos en la asignación de
recursos a los diversos niveles y modalidades del
sistema educativo y a las distintas regiones del país.
hay que focalizar todos los esfuerzos y apelar a todas
las contribuciones, conjugando las acciones del ámbito
oficial, de los agentes privados y de los particulares.
La meta central es común: una educación básica para
todos. Los caminos pueden diferir. Y el debate sobre
ellos seguramente nos enriquecerá mostrando nuevas
alternativas. Pero la unidad nacional y la equidad
social exigen imperiosamente la concreción de esta meta.
Alcanzar ese objetivo de una educación básica para todos
no implica en modo alguno la uniformidad absoluta ni la
centralización burocrática y paralizadora de las
iniciativas sociales. La diversidad y riqueza culturales
de nuestro país deben encontrar su correlato en los
contenidos y los métodos en la organización de nuestras
escuelas. Hay que impulsar y no frenar el desarrollo de
preocupaciones e iniciativas desde la base misma de las
acciones e instituciones educativas.
El viejo anhelo de los forjadores de nuestra
constitucionalidad, es decir, la convivencia armónica y
federativa de realidades e identidades provinciales y
locales en el seno de una única Nación Argentina debe
encontrar sus formas de concreción también en materia de
poder y del gobierno de la educación.
Descentralizar el servicio educativo no es equivalente a
transferir problemas para ahorrar recursos en los
organismos centrales, aumentando las penurias de las
provincias o los municipios en la atención de la
educación. Descentralizar verdaderamente tampoco debe
ser una ficción, tal como ocurriera en el pasado
reciente cuando la constitución estaba violentada y los
poderes provinciales eran meros subordinados en una
desafortunada cadena de mandos.
Generar una nueva forma de poder y gobierno de la
educación argentina no es cosa fácil: por un lado, hay
que respetar e inculcar el respeto por las
particularidades regionales, provinciales y locales y
fomentar la autonomía y la capacidad de decisión en
todos los niveles. En una palabra, hay que
desburocratizar y descentralizar automáticamente.
Por otra parte, hay que asegurar la unidad de la Nación,
la coherencia y consistencia de un sistema educativo al
servicio de la sociedad argentina. Y, por sobre todas
las cosas hay que prever mecanismos de compensación para
las diferencias de calidad de la oferta educativa.
Porque de otra forma estaríamos ayudando a perpetuar las
injustas diferencias regionales históricamente
acumuladas en materia de concentración de la riqueza y
de las oportunidades.
En otras palabras, educación diversificada, que respete
los rasgos y necesidades peculiares y las identidades
culturales, sí, pero educación con una misma calidad
para todo el territorio de nuestra patria. Ésta debe ser
la consigna y para que ella se concrete hay que
compensar viejos desequilibrios, también en el ámbito
educativo.
Para ello la Nación, las provincias, los municipios y
los agentes privados deben redefinir sus relaciones en
materia del gobierno de la educación, adaptarlas a la
hora actual de la misma forma en que nuestra
constitucionalidad democrática, valor más que
centenario, debe reafirmarse, ampliarse, delimitarse.
Pero redefinir estas relaciones no puede llevar hacia
una fragmentación de la nacionalidad. Hay que asegurar
un mínimo común denominador en los contenidos de la
educación, hay que compatibilizar la oferta de niveles y
modalidades educativos, hay que asignar racional y
equitativamente los recursos, hay que reemplazar un
centralismo porteño por muchos centralismos
provinciales.
Todo esto no se puede improvisar. Tampoco puede surgir
de un simple acto resolutivo de alguno de los poderes
constitucionales. Debe basarse en diagnósticos y
estudios serios y sistemáticos y emanar de un consenso
nacional que defina una división racional del trabajo
entre las jurisdicciones y los agentes educativos.
El gobierno de la educación no es tarea sencilla. Al
menos no lo es en condiciones democráticas, donde no es
aplicable el método verticalista, pero la educación de
la democracia necesita un gobierno democrático de la
educación.
Señoras y Señores Representantes:
Ustedes está llamados a sintetizar creativamente las
propuestas surgidas a lo largo y ancho de nuestro país
para renovar el gobierno de la educación argentina.
Tengan la seguridad de que sus aportes en este sentido
serán seguidos muy atentamente por el gobierno y la
oposición democráticos, porque ustedes mismos vienen de
identidades y realidades territorial y culturalmente
diversas y traen la vivencia y la experiencia de lo
significa educar y ser educados en esta diversidad. Pero
también creemos que ustedes están impregnados en la
conciencia y la voluntad por generar unidad en la
diversidad. Su misma presencia aquí, en esta Asamblea
Nacional de testimonio de ello. Esperamos pues sus
conclusiones fundamentadas al respecto.
Señoras y Señores Representantes:
Este acto es para mi un nuevo, fuerte y significativo
símbolo de la consolidación de la democracia en la
Argentina. Como lo he dicho ya, ustedes representan
legítimamente el rostro vario y múltiple de nuestro país
que, tironeando a la vez por su legado Europeo y sus
raíces Americanas busca ahora afirmarse irrevocablemente
en la diversidad y la libertad. Permítanme que
identifique en ustedes a los herederos de todos aquellos
que alguna vez, entre nosotros ejercieron y asumieron la
noble vocación de maestros. Hablo de maestros en todos
los sentidos y en cualquier lugar: los normalistas que
fueron a enseñar a las rudas escuelitas de La Pampa o La
Puna; los sacerdotes que contribuyeron a civilizar la
Patagonia y tantas otras partes del país; los pastores
de diversos credos o los laicos que fundaron colegios y
levantaron aulas; los militares que en las diversas
latitudes de la Patria supieron servirla en la tarea
alfabetizadora: los pensadores, los escritores, los
filósofos y, por qué no, los políticos que desarrollaron
una función docente; y por fin, más sencillamente, los
padres que educan a sus hijos, o, más simplemente aún,
ciudadanos que desde sus respectivos ámbitos, educan
para la vida y la convivencia. Son ustedes herederos de
Sarmiento y de Estrada, de Rosario Vera Peñaloza y de la
reforma, de los conflictos entre la enseñanza laica y la
enseñanza libre y son además, Argentinas y Argentinos de
Hoy, que procuran superar inteligentemente antinomias
del pasado y construir una sociedad más abierta y justa.
Durante el desarrollo de esta Asamblea habrán ustedes de
afrontar un doble desafío. Por un lado, deberán debatir,
analizar y en lo posible lograr acuerdos a partir de
obvias diferencias y disensos de las variadas escuelas
de pensamiento a que adhieren y de las regiones a las
que originalmente representan. Por otro lado tendrán el
reto intelectual de proponer al país la renovación de
las ideas y las nuevas formulaciones pedagógicas que
nuestro sistema educativo requiere, con una disposición
de ánimo en la que seguramente no han de faltar ni el
sentido de responsabilidad ni la audacia en las
concepciones. La verdad como camino compartido; el
conflicto y la diferencia sumidos como rasgos positivos
y necesarios y no como factores de disgregación; y,
sobre todo, la voluntad de construir juntos. He aquí
algunos de los rasgos de la democracia.
Esa nueva educación deberá ser capaz de enseñarnos que
nuestra libertas no sólo termina donde empieza la del
otro, sino que también empieza por la presencia del
otro. Del prójimo. Del conciudadano. Porque es el otro
el que nos llama a salir de nuestro egocentrismo para
reconocer su existencia, para aceptarlo y compartir con
él. Y construir la vida con él, solidariamente. Porque
para el amor fuimos creados.
La nueva educación deberá ser capaz de formar argentinos
no estereotipados, con condiciones para percibir leal y
claramente toda la realidad, de juzgarla valorativamente
y de asumirla y transformarla creativamente. Argentinos
conscientes y gozosos de su identidad personal y por eso
mismo capaces de construir un país solidario,
pluralista, reino del derecho prudentemente establecido
por la ley respetada por todos. Y un país consciente de
su identidad nacional, desde la cual puede vivir su
fraternalidad latinoamericana y mundial.
Nadie está aquí para agradecer nada a nadie, todos
estamos cumpliendo una responsabilidad compartida. Pero
quiero expresar mi reconocimiento especial por todos los
que han contribuido con tantos días y años de trabajo
generoso para que este Congreso fuese esta realidad. A
los organizadores en todos los niveles, por haber
cumplido el mandato que se les confió y a los
participantes que colaboraron en la preparación y
realización.
Señoras y Señores Representantes:
Dejo inaugurada esta Asamblea Pedagógica Nacional que
debatirá acerca de las funciones y los objetivos de un
nuevo sistema de educación en la República Argentina.
Espero y deseo fervorosamente que nuestro Congreso
Pedagógico Nacional ratifique con esta Asamblea los
calificativos que ya ha merecido en ocasión de sus
instancias locales y jurisdiccionales escuela de la
participación y laboratorio de ideas al servicio de la
educación, concebida como permanente, para la
democratización y la afirmación nacional en el contexto
de la liberación latinoamericana y para la realización
plena de la persona en sociedad participativa y plural.
En estas Jornadas necesitaremos el esfuerzo de todos:
políticos y técnicos, estudiantes y trabajadores,
docentes formales y padres de familia, sepan ustedes
interpretar las aspiraciones y las esperanzas de nuestra
sociedad.
Quiero concluir con un voto profundamente anhelado: Que
esta Asamblea sea la expresión vívida del Encuentro de
Argentinos. Que esta Asamblea sea una realización
concreta del espíritu de la educación que van a perfilar
los documentos que se aprueben. Que esta Asamblea nos
ayude a educarnos para la convivencia fraternal, sin
ocultar las diferencias ni intentar destruirlas, sino
incorporándolas en una unidad más generosa, en una
integración más rica y humana. Porque las comunidades
humanas maduran y son fuertes u estables, cuando las
personas, todas, sienten que tienen su lugar, en paz,
bajo el techo compartido de la Patria.
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