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Señores:
Se me ha nombrado presidente de la Unión Cívica, y
podéis estar seguros que no he de omitir ni fatigas, ni
esfuerzos, ni sacrificios, ni responsabilidades de
ningún género para responder a la patriótica misión que
se me ha confiado.
La misma emoción que me embarga ante el espectáculo
consolador para el patriotismo de esta imponente
asamblea, no me va a permitir, como deseaba y como debía
hacerlo, pronunciar un discurso. Así, pues, apenas voy a
decir unas pocas palabras, pero palabras que son votos
íntimos, profundos, salidos, señores, de un corazón
entusiasta, y dictadas por una conciencia sana, libre y
serena.
Una vibración profunda conmueve todas mis fibras
patrióticas al contemplar la resurrección del espíritu
cívico en la heroica ciudad de Buenos Aires.
Sí, señores; una felicitación al pueblo de las nobles
tradiciones, que ha cumplido en hora tan infausta sus
sagrados deberes. No es solamente el ejercicio de un
derecho, no es solamente el cumplimiento de un deber
cívico; es algo más, es la imperiosa exigencia de
nuestra dignidad ultrajada, de nuestra personalidad
abatida; es algo más todavía, señores: es el grito de
ultratumba, es; la voz alzada de nuestros beneméritos
mayores que nos piden cuenta del sagrado testamento cuyo
cumplimiento nos encomendaron.
La vida política de un pueblo marca la condición en que
se encuentra; marca su nivel moral, marca el temple y la
energía de su carácter. El pueblo donde no hay vida
política, es un pueblo corrompido y en decadencia, o es
víctima de una brutal opresión. La vida política forma
esas grandes agrupaciones, que llámeseles como ésta,
populares, o llámeseles partidos políticos, son las que
desenvuelven la personalidad del ciudadano, le dan
conciencia de su derecho y el sentimiento de la
solidaridad en los destinos comunes.
Los grandes pueblos, Inglaterra, los Estados Unidos,
Francia, son grandes por estas luchas activas, por este
roce de opiniones, por este disentimiento perpetuo, que
es la ley de la democracia. Son esas luchas, esas nobles
rivalidades de los partidos, las que engendran las
buenas instituciones, las depuran en la discusión, las
mejoran con reformas saludables y las vigorizan con
entusiasmos generosos que nacen al calor de las fuerzas
viriles de un pueblo.
Pero la vida política no puede hacerse sino donde hay
libertad y donde impera una constitución. Y podemos
comparar nuestra situación desgraciada, con la de los
pueblos que acabo de citar; situación gravísima no sólo
por los males internos, sino por aquellos que pudieran
afectar el honor nacional cuya fibra se debilita. Yo
preguntaría: ¿en una emergencia delicada qué podría
hacer un pueblo enervado, abatido, sin el dominio de sus
destinos y entregado a gobernantes tan pequeños?, y
cuando el ciudadano participa de las impresiones de la
vida política se identifica con la patria, la ama
profundamente, se glorifica con su gloria, llora con sus
desastres y se siente obligado a defenderla porque en
ella cifra las más nobles aspiraciones. ¿Pero se
entiende entre nosotros así, desde algún tiempo a esta
parte?
Ya habéis visto los duros epítetos que los órganos del
gobierno han arrojado sobre esta manifestación. Se ríen
de los derechos políticos, de las elevadas doctrinas, de
los grandes ideales, befan a los líricos, a los
retardatarios que vienen con sus disidencias de opinión
a entorpecer el progreso del país. ¡Bárbaros! Como si en
los rayos de la luz, decía, pudieran venir envueltas la
esterilidad y la muerte.
Y qué política es la que hacen ellos. El gobierno no
hace otra cosa que echar la culpa a la oposición de lo
malo que sucede en el país, y qué hacen estos sabios
economistas. Muy sabios en la economía privada, para
enriquecerse ellos; en cuanto a las finanzas públicas,
ya veis la desastrosa situación a que nos han traído. Es
inútil, como decía en otra ocasión: no nos salvaremos
con proyectos, ni con cambios de ministros; y
expresándose en una frase vulgar: “Esto no tiene
vuelta”.
No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay
buena política. Buena política quiere decir, respeto a
los derechos; buena política quiere decir, aplicación
recta y correcta de las rentas públicas; buena política
quiere decir, protección a las industrias útiles y no
especulación aventurera para que ganen los parásitos del
poder; buena política quiere decir, exclusión de
favoritos y de emisiones clandestinas.
Pero para hacer esta buena política se necesita grandes
móviles, se necesita fe, honradez, nobles ideales; se
necesita, en una palabra, patriotismo... Pero con
patriotismo se puede salir con la frente altiva, con la
estimación de los conciudadanos, con la conciencia pura,
limpia y tranquila, pero también con los bolsillos
livianos, y con patriotismo no se puede tener troncos
rusos a pares, palcos en todos los teatros y frontones,
no se puede andar en continuos festines y banquetes, no
se puede regalar diademas de brillantes a las damas, en
cuyos senos fementidos gastan la vida y las fuerzas que
deberían utilizar en bien de la patria o de la propia
familia.
Señores: Voy a concluir, porque me siento agitado. Esta
asamblea es una verdadera resurrección del espíritu
público. Tenemos que afrontar la lucha con fe, con
decisión. Era una vergüenza, un oprobio lo que pasaba
entre nosotros; todas nuestras glorias estaban
eclipsadas; nuestras nobles tradiciones, olvidadas;
nuestro culto, bastardeado; nuestro templo empezaba a
desplomarse, y, señores, ya parecía que íbamos
resignados a inclinar la cerviz al yugo infame y
ruinoso; apenas si algunos nos sonrojábamos de tanto
oprobio. Hoy, ya todo cambia; este es un augurio de que
vamos a reconquistar nuestras libertades, y vamos a ser
dignos hijos de los que fundaron las Provincias Unidas
del Río de la Plata .
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